lunes, 11 de julio de 2011

Una extraña vieja angustia.

Ayer voté por quinta vez. Nuevamente mi candidato perdió. Ahora me toca enfrentar lo que tanto temía: elegir entre dos personas, dos proyectos, que no comparto. Uno (no importa cual) está a años luz de mi forma de pensar. El otro porque simplemente no termina de convencerme. Atención, este posteo, el primero de esta nueva etapa, no es un análisis político de los candidatos ni del panorama nacional. Son solo las sensaciones que me surgieron la mañana de este lunes, mientras viajaba en el 130 al trabajo.

Cuando pensaba en estas dos fuerzas que se enfrentan en el balotaje para gobernar la Capital Federal inmediatamente vino a mí un recuerdo de mi infancia. Cada vez que mis hermanos miraban un partido de fútbol yo siempre preguntaba quienes eran los buenos y quienes los malos. Tenía esa idea, inculcada por los dibujos, Disney, o vaya a saber que otras cosas, de que el mundo se dividía en buenos y malos. O ganaba uno, o el otro. Ellos nunca me respondían, seguramente porque creían que yo jamás entendería lo que sucedía.

Tarde un tiempo largo en comprender lo que mis hermanos nunca me quisieron explicar. No había buenos ni malos, simplemente dos bandos que añoraban la victoria. Uno podía odiar al contrario, serle indiferente o tenerle cariño, no importaba. Para mi el objetivo no debería ser vencer al otro, si no jugar como nunca jugaste antes, para alcanzar el triunfo.

Pensar en buenos y en malos nos hace muy mal. El domingo me acosté pensando en eso. Tantas peleas, tantos ataques, una campaña muy sucia que nos desgastó a todos. Y los que perdemos somos nosotros. Yo sentí que perdí. Pero quedan otros bandos, dos que quieren buscar la victoria, que quieren triunfar, y siempre y cuando busquen ganar en lugar de vencer al otro, acompañaré, pero desde afuera.

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